Se encontraba nuestro personaje de viaje de placer en la isla frisia de Borkum cuando uno de los empleados del Hotel le entregó un sobre que una joven señorita había dejado a su nombre. Dentro de ese sobre había un papelito en el que, con trazo firme y decidido aparecía la palabra Suerte. A ese papel se adjuntaba una sarta de papeles a los que Von Peregna otorgaba un significado difuso, dado que no compartía la pasión de su abuelo por los clásicos de la literatura francesa, italiana o española. A su vuelta, consultó a su amigo Jan Paeternus, filólogo clásico versado también en lenguas extrañas. Su estancia reiterada (y para nuestro personaje totalmente incomprensible) en campings de la Costa Brava española le hacían conocedor de las costumbres de este país. Era un seguidor compulsivo de las fiestas de animación del terreno campista, que él mismo se encargaba de finalizar con un "¡Viva Espagggnnna, viva tu padrrrrre!", dicho lo cual todos sus compatriotas se retiraban, tristes, a lavarse los dientes.
El tal Jan Paeternus comunicó a nuestro ya conocido Alvaro von Peregna que se trataba de participaciones de lotería españolas para el sorteo del Gordo de Navidad. La primera impresión de Von Peregna fue la del rechazo asqueado, que procedía de la interpretación de que podría ganar una persona con sobrepeso, defecto que él denostaba por encima de todos. Era un tipo delgadito, tirando a moreno para lo acostumbrado en aquellas latitudes, de andares pausados y voz plácida.
La obsesión de Von Peregna, a partir de entonces, fue la de encargar una suscripción mensual a un periódico español a lo largo del mes de diciembre (los sucesos que narramos tuvieron lugar en el año de Gracia de 2004. No sabemos por qué era de Gracia, pero quizá es una afirmación que, en un futuro no muy lejano, nos lleve a emprender otra narración). No era Herr Alvaro una persona amistosa con las nuevas tecnologías. Otro conocido suyo le creó una cuenta de correo, con un nombre relacionado con una obra de Valéry. Él, ilusionado, distribuyó cientos de tarjetas de visitas con esa dirección, que no llegó a abrir jamás. Las declaraciones de amor, los negocios perdidos y las amistades rotas que esa ruptura con la tecnología derivó tampoco pueden tener cabida en la presente historia. Su amigo le indicó que el día de marras el periódico tendría un anexo con las numeraciones premiadas. A su localidad le llegaba el periódico extranjero con cinco días de rechazo. El día que llegó el periódico esperado se encontraba con su amigo Paeternus tomando un delicioso licor destilado en una localidad de los alrededores. Un número inundaba la portada del diario y, como el lector puede ya sospechar, era el número que una desconocida había regalado misteriosamente a nuestro personaje.
Una mezcla de incredulidad y estupor se instaló en la mente de Von Peregna. Él sólo creía en la suerte de su hacienda y de su familia, forjada por los siglos y no por el espantoso bombo que aparecía en la foto, con unos niños sonrientes que portaban unas bolas diminutas en sus manos. No obstante, y en contra del consejo de sus abogados, que afirmaban que podía realizar todos los trámites desde Alemania, decidió trasladarse a España para efectuar las gestiones del cobro de una nada desdeñable cantidad de euros.
Acompañado por su inseparable amigo, y optando por un interminable trayecto en coche, se presentaron en territorio español ya entrada la noche del día siete de enero. Su amigo insistió en detenerse en un bar de carretera para tomar un tentempié cuando la vida de Alvaro von Peregna cobró un sentido distinto y desgraciado por culpa de un pincho de tortilla. Pero esa es la continuación de esta historia, y me temo que los ansiosos lectores tendrán que optar por la paciencia.