viernes, 31 de agosto de 2007

Belleza 7.9

Esta iba a ser una entrada sensible, sin duda, llena de contenido poético. Una experiencia pseudodadaísta, pero sin llegar al extremo de apuñalar el monitor de la computadora. Como el guitarrista heavy que, poco heavy, se lamenta llorando por haber estampado su única guitarra con el altavoz en un idilio emulador de sus ídolos. Yo no soy seguidor de Tzara, pero decidí escribir el otro día sobre la Belleza, así, con mayúsculas. Y apunté en el papel que tenía más a mano dos números que buscaría en Google: el primero en la búsqueda normal de páginas y sitios web; el segundo, en la búsqueda de imágenes. Realicé la experiencia, pero mis resultados no fueron los esperados. He vuelto a repetir y ved lo que me he encontrado: no es que esperase encontrar algo maravilloso. Quizá, incluso, pudiese acceder a la sicalipsis, que es una palabra bella en forma y contenido. Pero no: enfemenino.com con un contenido gráfico y textual muy apartado de la Estética en el sentido que yo buscaba. Buceando ya en el antes y el después, imposible encontrase con lo Bello. La búsqueda de imágenes no me deparó tampoco ninguna satisfacción, por más que aparezca una belleza presunta (o presuntuosa, no sé) en algo que mi abuelo llamaría, entre escandalizado y encandilado "paños menores" y nosotros nos limitamos a llamar, acostumbrados, bikini.

Pensé después que, desaparecida la Estética filosófica del mundo, o del mundo cibernético, que parece ser ya una fiel representación del primero, como aquello del haz y el envés de la hoja (otra palabra bella, envés), lo mejor era mandar esta entrada al carajo. Pero me había prometido escribir hoy quince minutos y he decidido perseverar. No miraré la referencia número siete, sino la página de referencias con este numerito de la suerte. Mi primera entrada ilumina la esperanza: Belleza en frío. Me gusta. Como una Sinfonía número tal-tal en la mayor. Título sugerente, sí señor, a no ser que esconda productos para crioterapia y termoterapia, palabras muy feas. Y la animación Flash, para echarse a temblar. La segunda, Una belleza nueva. Abro la página, pero no la entiendo y no me gusta. Soy un clásico y no me gustan las nuevas bellezas. Bueno, sí. Keira Knightley, la de Quiero ser como Beckham y Piratas del Caribe (1, 2 y 3). Pero ahora ya estoy en el bucle de la contradicción: quería indagar sobre la Belleza y, al final, hablo de chicas guapas. Muy típico. Y, después, otra entrada prometedora pero que asusta: un PDF titulado, ni más ni menos, La Ciencia como búsqueda de la Belleza, de Antonio Ruiz de Elvira, del Departamento de Física de la Universidad de Alcalá. Ahí va eso: ahora me veo en el trance de tener que leerlo, porque parece que todo esto iba en serio. Trata de conciliar la dicotomía ciencias-letras. No lo leo entero: empieza a poner a parir a Hegel nada más empezar y eso no se lo consiento. Así de arbitrario, pero es que creo que no entiende del todo al alemán, que es mucho filósofo. Para mí, desde luego, pero creo que todo el mundo.

Estoy escribiendo estas líneas un par de días después de haber iniciado el asunto. Pero las entradas van y vienen, y ya casi nada está en su sitio. Haced la prueba. Yo, lo juro, no lo vuelvo a intentar. Si quiero llegar a la Belleza en Internet, iré a lo seguro y buscaré cuadros de uno de mis pintores favoritos, Piet Mondrian, del cual, en otra ocasión, contaré una bonita historia. O dos, pero no pequeñas.


viernes, 24 de agosto de 2007

Si sobrevives, significa que has ganado...


Estoy leyendo el libro Profundidades de Henning Mankell (Tusquets: colección Andanzas, 631). Me he encontrado en la página 131 una cita digna de recordarse:

"Después de la batalla, sólo caben dos posibilidades: uno sale con vida o ha muerto. Si acabas muerto, la sed de sangre segregada fue en vano. si sobrevives, te invade un cansancio indecible. Que ganes o pierdas no reviste la menor importancia. O, para ser más exactos, si sobrevives significa que has ganado, aunque estés en el bando de los derrotados".

Sería cuestión de pensarlo, o de discutirlo. No sé. En todo caso, me ha recordado la canción de Maná "Soy combatiente". A algunos les parecerá un sacrilegio la comparación, pero les aconsejo que escuchen detenidamente alguna de las canciones del grupo. Yo era de los detractores y ahora me desplacé a León para verlos en directo. Bueno, cada uno es libre de opinar lo que quiera. O no: como dijo en una ocasión Gustavo Bueno, "no todas las opiniones son respetables". La mía quizá no lo sea. O no más que otras.

Os transcribo unos versitos de la canción procedentes de algún sitio de Internet que he perdido (esa es otra: no ponen ni un signo de puntuación...):

Soy combatiente
Nadie me va a parar
Sobreviviente yo.
Lo que no me mató
Me fortaleció


jueves, 23 de agosto de 2007

Déjeuner du matin, de Jacques Prévert


Hablando de Prévert y Paroles, disfrutemos con el que es, para mi gusto, uno de los poemas más bellos del libro.


Déjeuner du matin

Il a mis le café
Dans la tasse
Il a mis le lait
Dans la tasse de café
Il a mis le sucre
Dans le café au lait
Avec le petite cuiller
Il a tourné
Il a bu le café au lait
Et il a reposé la tasse
Sans me parler
Il a allumé
Une cigarette
Il a fait des ronds
Avec la fumée
Il a mis les cendres
Dans le cendrier
Sans me parler
Sans me regarder
Il s'est levé
Il a mis
Son chapeau sur sa tête
Il a mis son manteau de pluie
Parce qu'il pleuvait
Et il est parti
Sous la pluie
Sans une parole
Sans me regarder
Et moi j'ai pris
Ma tête dans ma main
Et j'ai pleuré.

Jacques Prévert
(Paroles)

miércoles, 22 de agosto de 2007

La chica del Pompidou



Aunque tenía intención de iniciar los contenidos de Verba volant con elementos más actuales, la casualidad ha propiciado que recuerde una bonita historia que a mí me gusta evocar como "La chica del Pompidou". No es ficción. Quiero decir que pasó de verdad. O que, más o menos, pasó así. La memoria, elemento que inventa tanto como recupera, probablemente haya rellenado huecos vacíos haciendo de las suyas.

Sin ponerme a contar los años uno a uno, diremos que hace unos trece acudí unos meses en verano a París para realizar parte de mi tesis doctoral aprovechando una beca de una entidad de ahorro. Ahora se estila mucho eso de las estancias en centros extranjeros, pero yo fui por mi cuenta, salvedad hecha de unas conversaciones con el gran Marc Fumarolli y pocas cosas más. Me instalé en un apartamento que no tenía ni siquiera un frigorífico, con un baño poco más grande que una cabina telefónica en una de las localidades periféricas de París, a una media hora en metro. Quizá otro día cuente más avatares. Pero hoy toca, sólo, hablar del Pompidou.

Necesitaba para mis investigaciones recolectar mucho material sobre retórica, religión y oralidad en la Edad Media y la biblioteca del Centre Pompidou, por horarios, accesibilidad y material cumplía perfectamente mis expectativas. Allí hacía mis fichas, consultaba libros y trabajaba como un burro de diez a diez todos los días, a excepción de los martes, día de cierre. Otro día contaré más cosas. De dentro y de fuera. Hoy sólo hablaré de la chica del Pompidou.


Cuando necesitaba descansar un poquitín mi cabeza de tanto libraco teórico, hacia esporádicas visitas a los estantes de poesía. Me relajaba leyendo versos de poetas que conocía poco, de oídas y sin haber leído obras completas suyas. Hoy los nuevos medios de información y comunicación lo ponen todo más fácil, pero por aquel entonces yo sólo había leído un par de poemas de Jacques Prévert en el libro de texto de francés. Pasados unos días, cogí el libro Paroles, que admiraba por su sencillez y profundidad. Y allí me encontré con la chica del Pompidou. Ya se sabe que es frecuente que otros lectores, en un alarde de mala educación, hagan anotaciones y subrayen los libros que no son suyos. Este libro era uno de esos. Iba leyendo y me encontraba, al principio, totalmente indignado por la invasión de mi intimidad lectora motivada por un lapicero (¡menos mal!) ajeno. Leía y leía intentando sobreponeme al intruso que cercenaba mi interpretación. Pero no lo conseguía. Empezaba un poema e iba, ya directamente, a ver esas palabras, esos versos subrayados. Pero, a diferencia de lo que suele ocurrir, las líneas de grafito marcaban lo más importante, lo más hondo, lo más excelso. Y coincidían punto por punto, cosa rara, con mis extraños gustos. Si yo me hubiese visto obligado a este acto obsceno, hubiese suscrito (nunca mejor dicho) cada palabra subrayada. Era esa una sensibilidad lectora paralela y concomitante con la mía. Equidistante y atinada. Apasionada y apasionante. No sé por qué, enseguida imaginé que detrás de esas marcas se escondía una mujer con personalidad y criterio. No tenía ningún sentido: lo mismo hubiese podido ser un hombre, pero a mí me gustaba pensar en una mujer acurrucada en el deleite de los versos. Los poemas que restaban del libro fueron ya una co-lectura a distancia: sabía perfectamente que lo señalado sería lo bello y profundo, e iba directa y ansiosamiente hacia ello. La lectura a empezó a quedar traspasada como mero acto para consolidarse en un acto imaginativo sobre el tipo de persona de persona escondida tras las líneas marcadas: mujer guapa, intelectual y abocada a los desórdenes angélicos. Me enzarcé en la búsqueda de otros libros con idénticas marcas y encontré algunos. Un día, encontré un libro muy salido en una estantería. Tenía los subrayados de la mujer del Pompidou. Pero, a diferencia de los demás, albergaba una fecha (justo el día que marcaba el calendario) y una hora. La misma en la que yo escogí, obligado, ese libro. Nunca conocí a la mujer. Nunca supe cómo sabría a qué hora tomaría el libro. Pero estoy seguro de una cosa: la mujer-lectora del Pompidou era inmensamente bella.

domingo, 19 de agosto de 2007

Empezamos este cuaderno de bitácora... con el nombre


Empezamos la andadura de este cuaderno de bitácora, o blog. O, simplemente, bitácora. Lo primero, quizá, sería disfrutar de la palabra misma. Yo prefiero utilizar la palabra española y, todavía mejor, la expresión cuaderno de bitácora. La RAE define la bitácora de la manera que sigue:

Especie de armario, fijo a la cubierta e inmediato al timón, en que se pone la aguja de marear.

Y, bajo la voz cuaderno de bitácora, figura:

Libro en que se apunta el rumbo, velocidad, maniobras y demás accidentes de la navegación.

Si a las palabras nos atenemos, todo lo que aparecerá en este Verba volant [, scripta manent] parece que tendrá mucho que ver con ese libro en el que se apunten rumbo, velocidad y accidentes de navegación varios. Lo que ya no tengo tan claro es si será sólo sobre la navegación en el ciberespacio o en el espacio de la vida. O las dos cosas. ¿Quizás serán ambos dos facetas de lo mismo?

En cuanto al adagio latino que da título a todo esto, creo que no es necesaria mucha interpretación: las palabras se las lleva el viento, mientras que lo escrito permanece. Pero también me agrada pensar que ese verba volant tiene que ver con esta navegación que emprendemos y empezamos hoy. Uno dice cosas y, a golpe de clic, quién sabe si el viento, la banda ancha, los buscadores y muchas cosas más llevan estas palabras a vuestras pantallas de ordenador. Aunque no tengo nada claro si escribo para alguien o si lo hago para mí mismo. ¡La eterna cuestión!

Intentaré ser constante. Lo que no creo es que sea muy homogéneo. Quiero hablar aquí de nuevas tecnologías, de viajes, de publicidad, de retórica, de películas, de libros, de magia... ¿Abarcar mucho y apretar poco? No creo que sea tanto apretar poco como escribir al hilo de la actualidad vital o del interés del momento.

Bueno, hoy he cumplido con la tarea. Mañana (o esta tarde, no sé) empezamos. Zarpamos. Bienvenidos.